CONVENTO DE SANTO DOMINGO DEL CAMPO

Quizás alguna vez, en algunas publicaciones sobre la historia de Zafra, nos hemos encontrado con el Convento de Santo Domingo del Campo, sin saber cómo era, que misión tenia o donde se hallaba.
Este convento, del que hoy solo quedan sus rejas y algunas columnas en ruinas, estaba situado en el término de la Alconera y se asentaba sobre los restos de una población romana. Allí se han hallado varias lápidas sepulcrales y restos de pavimento de esa época. Después, y como era costumbre en la Edad Media, sobre estos lugares se construía un edificio religioso y el terreno recibía el nombre de un santo. En este caso que nos ocupa, se edifico una ermita y el lugar comenzó a llamarse Campo de Santo Domingo.
La situación nos la describe “Los viajes de José Corvide por España y Portugal de 1754 a1801”
De Medina pasé hasta Domingo del Campo, donde copié como pude la inscripción de Divia y descubrí la de Sex. Benius. Dista una legua de Medina.
Desde Santo Domingo pase por el Alconera(sic), que dista media legua, y descubri la inscripciones de Julia.
José Viu en su libro sobre Extremadura (1852) describe las lapidas que se encuentra en el Convento de Santo Domingo y también lo sitúa a media legua de Alconera.
Son muchos los escritores e historiadores que sitúan el Convento en el mismo sitio que se encontraba la lapidas romanas, incluso la que aparece en la fotografía la ubican en la entrada de la huerta del Convento.
Frente a la abundancia de riquezas de la Iglesia, apareció en el Medievo un nuevo estilo de devoción, unido al engañoso voto de pobreza y al dominio de la predicación. Era la orden religiosa que por entonces estaba de moda: la de los dominicos.
El Convento de Santo Domingo y su ermita fue donada a la orden de predicadores dominicos por D. Lorenzo Suarez de Figueroa, Conde de Feria y su mujer María Manuel el 7 de Marzo de 1461, ante Juan García Fernández de Córdoba. Escribano y notario real. Para ayuda del convento concedieron a perpetuidad y por cada año 2.000 mrs, 50 fanegas de trigo y 50 arrobas de vino, recibiendo la donación, en nombre de la comunidad, el dominico fray Diego de San Isidro.
Más tarde, en su testamento de fecha 9 de agosto de 1505 ante Domingo Ruiz Montaño, escribano de Zafra, fue Gómez Suarez de Figueroa quien debido a su devoción, amplió la donación de su padre, con la carga de que “los frailes que ahora son o fueren en adelante, en dicho monasterio, sean rogadores a Dios nuestro Señor, por el alma de dichos Señores, de sus Progenitores y Sucesores.
No siempre reino la buena armonía entre los frailes y la familia de los Señores de Feria. Fueron muchos los enfrentamientos, la mayoría de ellos originados por la reclamación de las rentas por parte de los frailes. Uno de los más importantes pleitos fue por la compra realizada por los frailes de Santo Domingo de “una casa de morada” de los Suarez de Figueroa junto al Convento de la Encarnación y Mina (posiblemente la casa que linda con el Rosario, que sirvió de tenería) para después vendérsela a los dominico de la Encarnación.
Los cargos de las dos comunidades (Santo Domingo y Encarnación y Mina) eran asignado considerando a cuál de los conventos se pertenecía y al ser el de Santo Domingo patronato del señorío de Feria, servía en algunas ocasiones para recaudar fondos para el Convento de la Encarnación y Mina.
El Convento de Santo Domingo del Campo disponía de un templo, no de grandes dimensiones, donde se veneraba, como era norma en los dominicos a la Virgen del Rosario. En uno de los laterales de la iglesia estaba el altar de San Vicente. La parte destinada al convento tenia claustro alto y servía, junto a otras fincas de los alrededores, como casa de descanso y meditación de la comunidad.
Desde mediado del siglo  XVIII la iglesia y el convento amenazaba por derrumbarse y varias veces el duque concedió ayudas para su restauración. Durante la Guerra de la Independencia desaparecieron los archivos y en los años sucesivos la decadencia fue en aumento. Así, el 1829 ocurrió un suceso que seguramente sería calificado de milagroso por su protagonista, el prior fray Pablo Delgado. El propio prior nos lo cuenta así: “que el dia 6 de marzo en la tarde cayo una centella en la torre de este convento, que causo un derrote grande; siguió a la Iglesia y en Altar mayor quemo parte de la Colgadura, y algo del Retablo; yo quede asustado, pues el fuego, o llamas rompieron la Puerta de la Celda en la que estaba. Clame a Dios y me liverto del peligro próximo que me rodeava.” El prior en estos momentos era el único morador religioso del convento junto con un mozo que tenia para la labor del campo. Poco duro la alegría de la salvación milagrosa pues seis meses más tarde moriría a consecuencia del enorme susto que había sufrido.
En 1832, el duque para quitarse la carga de este convento, argumenta el mal estado en que se encuentra. Desde 1821 la comunidad de Santo Domingo se reducía al prior, que la mayoría del tiempo se encontraba ausente, no tenia legos ni donado para el aseo de la iglesia y monasterio; el receptoría y oficinas parecía más un establo que un lugar religioso pues se había entregado a un matrimonio para ser utilizado como cuadras y vivienda con bastante descuido de la conservación del edificio. También alegaba que difícilmente pueden cumplir las oraciones por los señores de Feria, ya que no conocían estos motivos.
El último prior que figura consignado en los documentos consultados es fray Pedro Moreno que en 1833, después de secularizarse, se retira a vivir a Villafranca de los Barros.
Hasta aquí una pequeña pincelada de la historia de Zafra, de ese convento casi olvidado pero que vivió un papel importante, ya que promovió la existencia de los dominico durante más de tres siglos en nuestra ciudad.